¡Venga tu Reino!
Cada año, con el llamado “Miércoles de Ceniza”, los católicos iniciamos el tiempo de la Cuaresma, tiempo en el que la liturgia de la Iglesia católica nos invita a una reflexión y actuación sobre nuestra vida, sobre su sentido, su origen, su misión, su destino último.
El Concilio Vaticano II resumió así el contenido de la Cuaresma: “… el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia. Dé ese particular relieve en la liturgia de Cuaresma y en la catequesis al doble carácter de dicho tiempo”.
El Miércoles de Ceniza, mientras se nos impone la ceniza escuchamos alguna de estas dos expresiones: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” y/o “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver.” Signo (la ceniza) y palabras que expresan muy bien que dependemos de Dios en nuestro peregrinaje hacia nuestra patria definitiva que es el Cielo.
La Cuaresma es un tiempo litúrgico y una invitación a volver nuestra mirada y vida a Dios y a los principios del Evangelio; es un tiempo de preparación para celebrar la Pascua, que es la fiesta de nuestra redención y para celebrarla dignamente tenemos una larga temporada de preparación espiritual que es la Cuaresma.
La Cuaresma es una invitación a cambiar aquello que tenemos que cambiar en la búsqueda de ser mejores y más felices, una invitación a construir en vez de destruir y a mirar y volver hacia formas de vida más justas, más solidarias, más humanas.
Es tiempo para quitar en nuestra vida todo aquello que nos separa de Dios y, por otro lado, es un tiempo para adquirir todo aquello que nos une a Él. Se trata, por tanto, de un tiempo “fuerte” para la “metanoia” o “conversión” que significa una adecuación de nuestro ser y actuar en nuestra vida como lo haría Jesucristo, tal como nos lo muestra en su evangelio; es decir con convicciones altas (el Amor al Padre y a la humanidad) y gastando su vida a favor de los hombres ejerciendo la Caridad, especialmente de los más necesitados, de esa manera nuestra vida estará llena de la paz que sólo Dios puede dar y además obtendremos la vida eterna que es la vida plenamente feliz.
Los medios que la Iglesia nos propone para obtener este cambio que todos necesitamos son: la Oración, el Ayuno y la Penitencia.
La Oración: Que quiere decir platicar con Dios del amor que te tiene y del amor que le debes tener. Una oración más intensa y cariñosa con Jesucristo en la cual abramos nuestro corazón al Amor de Dios y ello tratándole como a una persona viva, conociéndole más cada día por medio del Evangelio; por ello se recomienda la lectura de la Biblia, especialmente de pasajes relacionados con la Cuaresma y de esa manera aprender a ver mi vida con los ojos de Dios.
El Ayuno: Que es una gran ayuda para evitar el pecado y medio muy eficaz para para recuperar la amistad con Dios. El verdadero ayuno consiste en cumplir la voluntad del Padre celestial, que «ve en lo secreto y te recompensará» (Mt 6,18). Facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación; también ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos.
La Penitencia: Estamos llamados a participar en la obra de Cristo y por ello, también en su expiación. Tenemos necesidad continua de conversión y renovación, no sólo interior e individual, sino también externa y social; la penitencia nos indica la forma recta de usar los bienes terrenos. También el tiempo de Cuaresma es un tiempo muy oportuno para recibir el Sacramento de la Penitencia en el que arrepentidos de nuestros pecados y habiendo hecho propósitos sinceros de poner todos los medios posibles para no volverlos a cometer, recibimos el perdón de Dios por manos del sacerdote que nos dice: “yo te absuelvo de tus pecados”.
Por último y a modo de recomendaciones les sugiero que para vivir mejor este tiempo de Gracia que es la Cuaresma: pongamos mayor empeño en la oración, acudamos al sacramento de la Reconciliación y participemos activamente en la Eucaristía. Si llevamos a cabo lo anterior, sin duda disfrutaremos de la alegría de la Resurrección del Señor que es el anticipo de nuestra propia resurrección en la que disfrutaremos eternamente de la presencia de Dios en compañía de nuestros seres queridos.
Padre Juan Francisco González L.C.